Elecciones presidenciales en Brasil: el futuro de una nación y del continente en riesgo

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Elecciones en Brasil

Nota: Michele de Mello – Periodista – Brasil

Este domingo, más de 140 millones de brasileños y brasileñas eligirán a un nuevo presidente.Dos proyectos opuestos disputan la opinión pública, según las últimas encuestas, del instituto Vox Populi, que, diferente de sondeos de otras encuestadoras, fue realizada en el día de ayer, apunta un empate técnico entre Fernando Haddad (PT) y Jair Bolsonaro (PSL). Pero ¿Cómo llegamos a ese escenario?  ¿Cómo la población brasileña puede estar tan dividida entre opciones totalmente opuestas?

Hay algunos factores que explican esto, sin embargo, para analizar las elecciones de 2018 es necesario hacer un punto de inflexión y recordar el golpe parlamentario de 2016 que sacó a Dilma Rousseff.

El Golpe

En 6 de mayo de 2016 la Cámara de Diputados votó en favor del impeachment, según la acusación de improbidad administrativa, al aprobar un adelanto de dinero a bancos públicos  para financiar programas sociales. Un crédito, que luego fue pago por el gobierno federal, transacción hecha por más de 10 gobernadores, en sus estados, ese mismo año. Un crédito fue suficiente para crear un falso crimen para sacarle a Dilma del poder.

“En nombre de Dios, de la familia y de Brasil”  367 votos a favor del impeachment x 127 contra alejaron a Dilma del cargo. Después de poco más de tres meses, los senadores confirmaron el golpe. En 31 de agosto, el Senado Federal aprobó destituir Dilma de la presidencia con 61 votos a favor y 20 en contra.

En ese momento quedó sellado en el país la alianza de un bloque de la clase dominante, heterogéneo en su formación, pero unitario en su objetivo central: retomar el poder. Empresarios, grandes terratenientes,dueños de medios de comunicación (en Brasil once familias detienen todo los medios de difusión de información), banqueros y los jueces.

Crisis Económica

Otro aspecto, central para la partida de la junta golpista y para la desesperación actual del pueblo brasileño, es la profundización de la crisis económica estructural del sistema capitalista. El retroceso inminente en Brasil hace parte de un proceso de guiñada imperialista en el continente latinoamericano.

Para dar un respiro a un nuevo ciclo de la crisis estructural el capital, las potencias imperialistas se dedicaron a desmontar todos los procesos progresistas vividos en las últimas dos décadas en el continente.

El golpe en Brasil fue necesario, así como en Honduras, Paraguay, Ecuador, Argentina,  para poder avanzar en la agenda del imperio: la entrega de todas las riquezas naturales, privatización de empresas estatales, precarización de la vida y mayor exploración de la clase obrera.  

El legado de Temer

Michel Temer, así como otras figuras de la junta golpista, son piezas desechables, fundamentales en este momento histórico para poner en marcha las medidas necesarias. En poco más de dos años de gobierno, Temer y el congreso nacional más conservador desde la redemocratización cambiaron la Constitución Federal en más de 100 artículos. A

Aprobaron la Reforma Laboral, que además de establecer que negociaciones entre patrón y trabajador sean superiores a la ley, ayudó a crear un ejército de reserva de cerca de 13 millones de desempleados en todo el país. Aprobaron también el congelamiento de los gastos públicos por 20 años, que limita las inversiones en salud, educación y seguridad al índice inflacionario del año anterior. Con ello, la inversión en tecnología cayó un 46% en apenas un año, las universidades se endeudaron a punto de no poder pagar las cuentas de agua y energía, las campañas nacionales de vacunación fueron suspendidas y enfermedades, antes erradicadas en el país, como el sarampión, volvieron como epidemias.

En el campo de seguridad, después de contener los gastos, autorizó la intervención militar en las zonas periféricas – las favelas – de Río de Janeiro. En siete meses de acción militar, el número de muertes subió un 300%, llegando a 895 ocurrencias registradas por la policía militar. El índice más alto para el estado de Río de Janeiro desde la dictadura civil-militar brasileña.

Prisión de Lula

Como continuidad del golpe, que no se resumió a la retirada de Dilma de la presidencia, la junta golpista tenía que garantizar cualquier posibilidad real de regreso de un gobierno con características progresistas.

En un procesos sin pruebas, Lula fue preso el pasado 7 de abril. De los trece encargos que tenía, en alguno, la justicia golpista iba lograr condenarlo. El caso del triplex reúne la denuncia de que la constructora OAS le habría a Lula un apartamento triplex en el litoral de Sao Paulo como una propina después de que el expresidente les facilitasen licitaciones de obras públicas. Más de 200 días después, ningún título de propiedad en nombre de Luiz Inácio Lula da Silva fue encontrado, ni de sus familiares. Tampoco cualquier otra prueba, además de fotos y testimonios de que el líder petista frecuentaba el lugar.

Todavía le queda una instancia judicial y dos recursos para revertir su prisión. Sin embargo, Lula ya está preso, luego de ser condenado en segunda instancia a 12 años y un mes de encarcelamiento. Esa medida fue posible, luego de que la suprema corte del país cambiara su consenso de comprensión de la ley.

Según la carta magna brasileña, una persona bajo juicio, que presenta un riesgo a una víctima o a la nación, solo puede ser presa después que se agoten todas sus posibilidades de probar su inocencia. Un poco antes de Lula ser juzgado por el Tribunal Regional Federal de la 4ª región, la segunda instancia jurídica, el Supremo Tribunal Federal determinó que si condenado en segunda instancia, la persona podría ser encarcelada.

De esta manera, Lula fue preso y sigue encarcelado: sin poder participar de las elecciones, sin poder votar, sin poder grabar vídeos, dar entrevistas, en algunos casos, sin poder recibir visitas. Todos derechos garantizados a cualquier detenido en Brasil.

El fenómeno Bolsonaro

En ese contexto de: 1) total precarización de las condiciones de vida del pueblo: con desempleo; aumento de precios de los alimentos; alza en las tarifas de energía, agua y gas; 2) aumento de la violencia; 3) rompimiento del pacto democrático; 4) detención del mayor líder popular de la actualidad en el país; surge Jair Bolsonaro.   

Un exmilitar, diputado federal a 27 años, casi todos cumpliendo mandato por el Partido Progresista (PP) campeón en encargos judiciales por crímenes de corrupción en Operación Lava Jato. Acumuló más de 5 millones de reales en salarios y recibe auxílio vivienda, aunque tenga casa propia en Brasília.

Foto: AFP

“Por Brasil acima de todos y Dios acima de todo”, así Bolsonaro finalizó su declaración de voto por el impeachment  y así se llama su coalición electoral, ahora con un nuevo partido (Partido Social Liberal – PSL), una mera leyenda de fachada, para venderlo como algo novedoso.

Bolsonaro representa todo de más retrógrado de la extrema derecha. Además de no tener un proyecto de nación, de no tener preparación para asumir la presidencia del país, el candidato ultraderechista defiende abiertamente el retorno de la dictadura, de la tortura, el exterminio de la izquierda, la  violencia contra negros, contra la población LGBT, la cultura del estupro, sueldos más bajos para mujeres, entre otras barbaridades.

A pesar de tener una vida política larga, Bolsonaro solo se convierte en un nombre conocido nacionalmente con el avance del golpe.

¿Cómo en un país, donde Lula, según encuestas, podría vencer las presidenciales en primera vuelta, Jair Bolsonaro apunta como favorito?

Justamente por todo el escenario caótico generado por el gobierno de facto de Michel Temer, pero también por el desgaste de la derecha socialdemócrata tradicional brasileña, por haber recibido apoyo de importantes nombres de la academia militar, por tener apoyo de algunos medios de prensa y, sobretodo, por tener apoyo logístico, ideológico y financiero del gobierno de Estados Unidos.

Uno de los coordinadores de campaña de Jair Messias Bolsonaro fue organizador de la campaña de Donald Trump. En las dos situaciones, los estrategistas mediáticos lograron encender los valores más retrógrados del sentido común del pueblo pobre y de capas medianas del país. Hemos visto, en otros episodios de la história, como en la Alemania de Hitler, que cuando un país enfrenta una crisis económica y política tan profunda, el pueblo en una búsqueda por soluciones, por mejorar su vida, puede seguir dos caminos: el camino revolucionario o el camino del autoritarismo.

Cuando la izquierda no tiene fuerzas o no está preparada para representar esa alternativa, la extrema derecha gana fuerzas. Y fue lo que hemos visto.

En los dos casos, de Trump y Bolsonaro, las campañas supieron trabajar el miedo, el odio, la intolerancia, una falsa pretensión nacionalista, en cima de valores supremacistas, la idea de su candidato es el tipo “no político”, libre de los vícios corruptos de sus antecesores y del sistema político vigente.

Y lo hicieron en cima de mentiras, de amenazas, de demostraciones de poder y de mucho dinero. También, en las dos campañas, sus asesores supieron identificar los anhelos de una población de muy baja formación y el descrédito de los medios convencionales de prensa, luego, apostaron todo en las redes sociales.

Durante la campaña brasileña, fue desvelada una red de disparo de notícias falsas por grupos de la aplicación Whatsapp y por Facebook, financiada de manera ilegal por empresarios. Más de 12 millones de reales para diseminar millones de informaciones falsas, comunicando desde fraude electoral hasta afirmaciones de que el candidato del PT defiende el inciesto  Las corrientes de noticias imputaron al PT, a Fernando Haddad y a Manuela D’ávila los peores crímenes y absurdos ya vistos.

A pesar de representar un crimen electoral, de haber videos de empresarios confirmando sus donaciones, de más de 100 cuentas que hubieran  sido bloqueadas, el Tribunal Superior Electoral afirma que no cree que las notícias falsas hayan tenido impacto sobre la decisión de los electores en la primera vuelta y también afirman que las investigaciones no serán concluidas antes de hoy, 28 de octubre.

Una vez más, se confirma una nueva casta de la clase dominante, que juega y jugó un papel fundamental en el golpe: los jueces, desembargadores, promotores y procuradores brasileños están en el poder.

Los errores del PT y el desafío de Haddad

Hay que añadir a esa cuenta de factores para el actual abismo brasileño los equívocos del Partido de los Trabajadores en los 13 años de gestión. Hasta el último momento, el PT prefirió mantener su “pacto de gobernabilidad”, concediendo beneficios a la clase dominante para seguir en el poder, lo que es evidente no resultó.

Lula nunca hizo esfuerzos para aprobar una ley de medios, más bien renovó la concesión del mayor monopolio de medios de Brasil: las corporaciones Globo; Lula fue el primero en                                                aprobar una Reforma de Pensión, sacando derechos de la clase trabajadora que había electo el primer presidente sindicalista de la historia del país.

Dilma, electa con el apoyo del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) – el mayor movimiento social de latinoamerica – apenas asumió y puso una de las mayores propietarias de tierra del país como Ministra de Agricultura, la pedetista Kátia Abreu; también fue la gobernante que menos concedió tierras para la Reforma Agraria desde 1988; En las vísperas el golpe, cuando el pueblo salió para la calle a defender su gobierno, Dilma sancionó la ley antiterrorismo que criminalizaba las protestas.

Todo eso, junto a la falta del trabajo de organización y elevación de la conciencia del pueblo hizo con que muchos que votarían o que votaron en Lula, voten ahora en Bolsonaro. El sentimiento de traición por parte del PT, sumado a 13 años de campaña mediática en contra el partido, que trató de asimilarlo como el inventor de la corrupción en la política nacional.

Haddad tiene como desafío rescatar todo el saldo positivo de los años de gobierno PT: la generación de empleo, el combate al hambre, a la pobreza extrema, la apertura de universidades, de institutos técnicos, las políticas de distribución de renta, la integración con América Latina, con los BRICS, el descubrimiento de la camada de petróleo pré-sal y tantos otros logros que se podrían enumerar.

Hasta el día de ayer, todavía había mucha indecisión y, aún con dificultades, reales posibilidades de victoria. Hoy el día es decisivo para Brasil y para el continente latinoamericano. Al final del día sabremos si el pueblo votó por la continuidad de un proyecto democrático o si optó por la ascensión de un gobierno de ideología fascista.

La certeza es apenas una: la pelea seguirá, sea para combatir Bolsonaro o para defender el gobierno de Haddad de la acción golpista. Hay que resistir.

Michele de Mello

Foto: DPA

 

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