Cuentos Latinoamericanos para pasar la Cuarentena

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Iniciamos hoy la serie de cuentos de escritores Latinoamericanos Para Pasar la Cuarentena con el escritor Uruguayo Juan Manuel Martínez.

La Fahena

El guardia de la mañana llegó a la hora de siempre. Amanecía. El portón de rejas estaba entreabierto, y en su parte superior faltaban las letras de madera que indicaban el nombre del lugar.

Atravesó el portón. La cabina de seguridad estaba vacía, abierta también. El monitor ya no mostraba los habituales planos fijos de distintos puntos del barrio, sólo un espacio en negro. No había rastros del guardia de la noche. 

Empezó a caminar por el camino principal del barrio, mirando hacia sus costados las casas que se sucedían con rapidez a medida que avanzaba. Eran casas grandes, en general de dos pisos, con amplios jardines en su frente. Normalmente a esa hora algunos habitantes del lugar salían a correr por los parques internos, o prendían los autos y se iban a la ciudad. Pero no vio ni escuchó a nadie, el silencio apenas era cubierto por el canto de los pájaros. 

Después de algunas cuadras dobló hacia la derecha por una calle lateral. A los pocos minutos estuvo frente al lago, un espejo cristalino y pacífico sobre el que nadaban algunos cisnes blancos y negros. Parecía un gran cartel publicitario, el paisaje ideal esperando por los residentes ideales. Sólo que para ser una publicidad faltaba algo. Entonces vio, a pocos metros de los cisnes, un grupo de maderas que flotaba con lentitud. Cada letra conservaba su tamaño y su forma, pero ahora estaban desordenadas, perdidas en el caos primitivo, un mundo anterior a cualquier lenguaje. Siguió mirándolas un rato, acaso esperando que recobraran el orden, mientras una “H” chocaba con la parte superior de una “E”. 

Bordeó el lago y empezó a caminar hacia la parte central del barrio. Algunas cuadras después paró a descansar bajo la sombra de un árbol. Hacía calor. Las casas se recortaban contra el cielo claro. Parecían decorado, o estructuras gigantes diseñadas para contener el vacío. 

Durante algunos minutos no supo qué hacer. Podía volver a la cabina de seguridad y dejar que las horas pasaran, esperando que cada secuencia del día se desarrollara con normalidad. Quebró una rama, dejó caer algunas hojas sobre sus manos. Ya estaba otra vez en movimiento cuando sintió que acababa de cruzar un límite dentro del plano de lo real. 

Llegó al centro del barrio con el cuerpo bañado en sudor. El parque abarcaba algunas hectáreas, más allá de las cuales reaparecían las casas. Las canchas de tenis estaban construidas en una depresión del terreno, a resguardo del viento. 

El primer impacto fue visual. Los cuerpos yacían a lo largo de las canchas, sobre el suelo de color naranja, hirviendo por la acción directa del sol cercano al mediodía. Las redes de las canchas no estaban puestas, permitiendo a los perros trasladar sin obstáculos los pedazos de carne que trituraban entre sus dientes. Saliva y sangre, licuándose dentro de las fauces hambrientas. Después sintió los olores desprendidos de los cuerpos, que flotaban en el aire mezclado con polvo de ladrillo. La carne inactiva retrayéndose hacia la nada.  

Cuando se pudo acostumbrar al hedor, empezó a caminar alrededor de las canchas, manteniendo la distancia con los perros. Vio una cámara sobe el suelo, después otra y después otra. Las siguió con la mirada: trazaban un círculo amplio, apuntando todas al centro de la carnicería, silenciosas en el acto de mirar, aunque no registraran nada en sus memorias desactivadas. 

Los perros seguían masticando. Antes de completar la vuelta  sintió cansancio y se recostó en el suelo. Ningún fragmento de aquellos cuerpos hablaba ningún idioma. Sólo cráneos, pies y manos, bajo la indiferencia del día.


Escritor: Juan Manuel Martínez – Las Piedras – Uruguay

Foto: Museo Gurvich – José Gurvich, El Sueño de Jacob, 1970

Los articulos del diario La Humanidad son expresamente responsabilidad del o los periodistas que los escriben.

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